Berlin du bist mir ne Marke








Siento, sin poder asumir o hacer del todo consciente, muchas ganas de llorar.
La experiencia en Berlín trascendió todas las expectativas que pude haber tenido, buenas o malas. Se sintió siempre como si no se fuese a acabar, incluso ahora que ya casi amanezco en mi último día en la ciudad.
Quizás por eso las ganas de llorar, ésto que se siente tan bien, tan correcto, nuestro pequeño mundo construído, apropiado, de repente se va a convertir en un rompecabezas desarmado.
Porque este breve-eterno viaje llega al final que siempre se sintió tan lejano y que fue incluso quizás negado, no sólo por mí, si no por las vivencias mismas que perpetuaban a Berlín en mí.
La complejidad de Berlín y su contradicción tan evidente, constante y superpuesta en todo rato y en toda esquina.
Berlín recibió mis dolores y yo recorrí los suyos. Le compartí mi calma y Berlín la abrazó y la hamacó, acompañando en los momentos que imponían tanta desesperación como fortaleza.
Y es triste irse porque inevitable es encariñarse y entonces se convierte en una despedida. Como despedirse de un amor. Por más ilógico que suene, así es Berlín: la lógica no necesariamente ayuda.
Sin juzgar y sin mucho sentido, Berlín nos deja perdernos y encontrarnos con la sensación de libertad y seguridad de una ciudad en la que, por alguna razón, pareciera que las miserias del mundo no son invisibles.
Pero cómo llorar, si Berlín me hizo más fuerte. ¿Fuiste vos Berlín, o fuiste sólo una casualidad en una conyuntura?
Cómo podrías ser una casualidad Berlín.
Gracias por no serlo y no necesitar dar explicaciones al respecto.